Por: Luis Durand Trujillo
Ponemos a consideración de nuestros lectores y de las autoridades
competentes el reciente descubrimiento de los vestigios arqueológicos de
Góngor, ubicados en el caserío de Ananyunga, distrito de Monzón,
provincia de Huamalíes, realizado por integrantes del Club de Caminantes
de Huánuco y Lima.
Hay diversas formas de descubrir un país, constituyéndose a los lugares
más emblemáticos y conocidos por todos, o también investigando,
averiguando donde todavía es posible encontrar restos o vestigios de lo
que fue la patria antigua.
El hilo conductor para este descubrimiento, (entendiéndose como tal, el
dar a conocer, o, poner en conocimiento de la colectividad, una cosa o
hecho no conocido, fue el Ing. Fidel Chipana, quien por razones de
trabajo en la zona de Monzón (es especialista en el cultivo del café),
tuvo conocimiento de su existencia por versión del propietario del fundo
donde se ubican, don Hugo Rivera Romero.
El Ing. Chipana (según nos hizo saber), es asiduo lector de nuestra
columna semanal “El Club del Caminante”, que se publica en este mismo
diario; nos ubicó y comunicó la existencia de Góngor, y si fuera posible
constituirnos al sitio. Realizamos los preparativos del caso con otros
impenitentes caminantes como Hugo Minaya y José Gabriel Durand, y este
es el resultado.
Los detalles de la primera parte del viaje a Tingo María no lo
consignamos, pues ya lo hicimos en artículos publicados en este mismo
diario anteriormente. Sin embargo, aprovechamos la oportunidad para
destacar en extenso la emblemática Cueva de la Pavas (que en realidad
debería llamarse cueva de los guácharos, porque lechuzas en la cueva no
hay), ubicado a solo 6.5 kms. de la ciudad de Tingo María, en la ruta
hacia el distrito de Monzón.
La trocha carrozable que nos lleva a donde nos dirigimos va paralela al
río Monzón que discurre por lechos de rocas que probablemente caen
desde las vertientes. Se notan terrazas inundables por crecientes y que
son utilizadas para la agricultura. En el valle crecen árboles de las
especies tacona, tangarama, pantaca, shimbillo, lucmash y otras;
asimismo viven aves como el garaco, huaynita, gallito de las rocas
(nuestra ave nacional), perdiz, pava de monte, cueche, pushano (cuelga
su nido en las ramas más altas), cotorras (pequeños loros), zorzal,
gargash, etc.
Media hora más de aleccionador viaje estamos en Aguacantanga; de aquí
en adelante el camino será a pie. Comienza la caminata y nos acompaña
una incipiente lluvia que amenazaba con prolongarse el resto del camino.
Ráfagas de olorosa brisa montañera se deslizaban entre las ramas de los
árboles moviéndolas alegremente, al igual que a las hojas de los
arbustos situados a la vera del camino.
Avanzamos a través del bosque, siguiendo el curso del río 8 de Agosto
(ignoramos el porqué del nombre), que nace en la confluencia de los ríos
Ananyunga y Pan de Azúcar, aguas arriba. El 8 de Agosto es un
importante tributario del Monzón, que descarga sus aguas frente al
poblado de maravillas, una localidad situada en la carretera que unirá
próximamente Monzón con el distrito de Jircán (provincia de Huamalíes);
actualmente llega hasta el poblado de Chupácara a 15 kms. de Maravillas.
La lluvia calma y podemos escuchar el rumoroso encuentro del Ananyunga y
el Pan de Azúcar; ha pasado una hora y media en medio de un denso olor a
plantas y tierra húmeda.
Seguimos por el camino de herradura que a fuerza de caminar de arrieros
y acémilas, se fue fijando en el suelo hasta formar pedregosos
senderos. La travesía es larga y fatigosa, pero nos recompensan los
admirables paisajes de la floresta, los ríos y cataratas que nos
encontramos a cada paso.
En el caserío de Ananyunga pernoctamos antes de llegar a nuestro
destino, en el local comunal que nos proporcionan generosamente los
habitantes. Nos queda todavía una jornada que iniciamos muy temprano
ascendiendo por un sendero a través del cual cruzamos puentes,
riachuelos y una tupida vegetación. Es una loma alfombrada de diversas
tonalidades verdes con árboles, arbustos y helechos gigantes. Tiene la
forma de una rodilla y por eso su nombre que deriva del quechua gongor.
Por fin avistamos las primeras edificaciones y después vemos muchas
escondidas entre la vegetación (son más de 20). Todas tienen forma
rectangular pero de diferentes dimensiones. La más grade mide casi 2.50 m
de largo por 1.50 de ancho y 2 m de altura. Son de piedra sin labrar a
manera de pircas. Tienen pequeñas entradas orientadas hacia el este,
probablemente para que el difunto observe la salida del sol. Sus techos
son de lajas de piedra que sobresalen como aleros.
Sobre los que construyeron estas chullpas, queda a los historiadores y arqueólogos desentrañar el misterio.
El escenario es un conjunto paisajístico que puede maravillar al más
escéptico, ya sea por el escenario en sí, o el que ahora, sentados bajo
las sombras protectoras de los helechos gigantes que se mecen al viento
contemplamos las cumbres próximas cubiertas de verde. Asimismo, las
desperdigadas casitas del caserío de Ananyunga y al fondo el río del
mismo nombre que baja encañonado por la pendiente.
Toca ahora a las autoridades poner en valor estos maravillosos restos
arqueológicos y fomentar el turismo construyendo la carretera
Aguacantagua – Ananyunga; y quizás construyendo albergues en lugares
estratégicos que permitan admirar todo el esplendor de esos parajes del
distrito de Monzón.
Fuente: Diario Ahora
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